lunes, 4 de mayo de 2015

Experiencia sobre la terapia ABA de Ana y Carlos

Cuando llevamos a nuestro hijo a La Pieza del Puzzle acababa de cumplir dos años. No hablaba (había dejado de emitir sonidos meses antes); no miraba a los ojos cuando le hablabas; no respondía a su nombre ni a órdenes sencillas; no se dejaba ayudar, retrayendo las manos en cuanto le tocabas; tenía conductas repetitivas y rígidas; aleteaba constantemente; no señalaba objetos, ni pedía cosas; lloraba cuando se le acercaban otras personas de la familia; no imitaba; y así un largo etcétera. 

Aquello eran muchos síntomas y todos en la misma dirección, TEA (Trastorno del Espectro Autista), y así nos lo ratificaron cuando lo valoraron en el equipo de Atención Temprana. 

Nos dijeron que tendría que recibir estimulación e investigando descubrimos la terapia ABA (Análisis Aplicado de la Conducta). Era una terapia que había surgido en EE.UU. y que parecía lograr avances con niños con TEA, aunque en España todavía no estaba muy extendida. El Equipo de Atención Temprana nos habló de “La pieza del Puzzle” donde se llevaba a cabo esta terapia, y afortunadamente estaba cerca de donde vivimos. Sin pensarlo dos veces, llamamos para que le hicieran una valoración a nuestro hijo, tenía entonces 22 meses.

El día de la valoración comprendimos que estábamos en manos expertas. Durante una hora aproximadamente, cinco terapeutas observaron y evaluaron de cero a nuestro hijo y descubrieron sus dificultades de forma pormenorizada. Manuela e Ingrid nos propusieron un programa de enseñanza individualizado para él, y comenzamos. Os queremos agradecer especialmente a las dos por ese día. Fue el empujón que necesitábamos. 

Comenzamos con cuatro horas semanales de terapia y rápidamente aumentamos a ocho tras ver la evolución de nuestro hijo. En tan solo dos meses y medio empezó a hablar de nuevo. 

En seis meses de terapia la evolución de nuestro hijo ha sido increíble. Ahora habla todo el tiempo (a veces demasiado porque repite como un lorito, ya que surgió el inconveniente de las ecolalias, aunque parece que lo está controlando poco a poco); nos llama por nuestro nombre y nos mira constantemente a los ojos cuando jugamos con él; responde a su nombre y a multitud de órdenes como: siéntate, ven, dame esto, señala, corre, etcétera; se deja ayudar y coger sin problema; no aletea y no tiene tantas rigideces; señala constantemente y ha aprendido muchísimas palabras; pide agua, pan, la tele, el ipad o cualquier cosa que le apetezca; imita gestos y juegos; canta canciones y le encanta estar rodeado de gente porque ya no llora cuando le abrazan, le cogen o le besan. Incluso podemos lavarle los dientes a fondo con la simple recompensa de jugar un poco con el ipad. 

Es algo increíble en el poco tiempo que lleva… o no tanto, porque cuando nos dejan ver las sesiones de terapia junto a Ingrid, nos lo explicamos todo. Es apasionante ver como trabajan durante dos horas. La cantidad de programas que llevan a cabo con nuestro hijo, y la forma en que lo hacen, con un cariño máximo y con un control de la situación que nos deja con la boca abierta. 

El pequeño no se levanta de la silla (ni quiere), si no se lo piden, ha aprendido a hacer cosas que nosotros ni siquiera nos imaginábamos que pudiera llegar a aprender tan pequeño y se le ve disfrutar todo el tiempo. Y todo esto aplicando una terapia que utiliza recompensas pero no castigos. A veces se enfurruña y llora porque quiere más recompensas (sobre todo jugar con el ipad), pero nada más.

Sabemos que es sólo el comienzo y que es un camino muy largo, pero lo que tenemos claro es que con la ayuda de Ingrid, Manuela, Paloma o cualquiera de las chicas (que nosotros ya idolatramos), será más fácil. Porque siempre nos ayudan con cualquier duda que tengamos y nos orientan en la dirección correcta, trabajan cualquier tema que les proponemos y son encantadoras. Ha sido una suerte haberlas encontrado. 

Espero que nuestro testimonio os haya ayudado.

                                                                                                                                         Carlos y Ana